domingo, 22 de febrero de 2009

Como ser excéntrico sin morir en el intento

Talvés el titulo sugiera, y por aquí quiero empezar, que tengo una respuesta a semejante disparate… pero no, y créanme que aunque la tuviera, no la publicaría… los excéntricos morirán o moriremos en el intento…

Hace unos meses atrás llego a mi consultorio un señor de nacionalidad estadounidense que vivía en Costa Rica desde inicio de los años ochenta. Además de no saber cómo hacerse la barba, no sabía hablar español, cortarse las uñas de los pies, y vivir como Dios manda! No tenía hijos, no tenía madre, esposa, tíos, perros, amigos. Solo un joven de dieciocho años que escuchaba sus historias sentado en una mecedora con hilos plásticos color rojo con blanco todas las tardes.

Había entrado con un padecimiento que prefiero no especificar, pero que no representaba en todo caso mayor riesgo. Su verdadero diagnóstico, así anotado en la hoja de ingreso, refería “problema social”. Así fue como Mr. Jey llegaría a mi vida. Como un “problema social” y como tal, había que resolverlo pronto y evitar una estadía hospitalaria de doscientos cincuenta mil colones por noche.

No tenía documentos. En una bolsa de plástico transparentosa y mugrienta unas llaves (como doscientas), dos corta uñas (inútiles), una cadena dorada con varios eslabones rotos y cerca de tres mil dólares. No tenía identidad, ni currículo, posiblemente carecía de apellido. Y sobre todo, no tenía la menor idea de cómo ser tratado desde su excentricidad, dentro de la monotonía hospitalaria.

Lo que más me impresionó de Mr. Jey, lejos de su notoria barba y su amarillenta sonrisa testiga inequívoca de su adicción al tabaco, fue su total desinterés por la pertenencia. Casi treinta años de vivir en país sin la necesidad de hablar su idioma, dicen mucho de alguien ciertamente.

Dicen que no solamente hablaba poco, sino que poco le importaba no tener con quien hablar. Dicen que no solamente nadie le entendía, sino que poco le importaba hacerse entender. Al final de la historia sabia que morir solo es tan certero como cerrar los ojos y fumarse un cigarrillo.

En algún momento, cuando conversaba conmigo, entre sus historias de una guerra a la que sobrevivió a medias, y las de un complot en la que se tuvo que ver envuelto por matar al ex presidente Kennedy, me dijo que no recordaba si alguna vez tuvo hijos, pero que estaba seguro, de haber matado a los hijos de otros. Que no recordaba si alguna vez estuvo enamorado, y mucho menos recordaba si tenia mujer. Para él nada de eso era importante.

Había vivido solo siempre. Con esas soledades autoimpuestas, que solo significan una cosa… el mundo me importa poco. Y cuando digo mundo no hablo de este concepto globalizado que usan los de green peace o el romanticismo idealista de los filósofos. Hablo de la cuestión que yace en nuestras cabezas desde siempre y nos obliga a vivir en familia, cortarnos las uñas de los pies y saludar cortésmente por las mañanas.

Con los días, su problema social se volvió noticia. Había un viejito en el hospital que por la guerra estaba loco. Para todos su poco interés por la pertenencia solo podía representar una locura desmedida, un acto autoabandónico producto de las crueldades de la guerra. Y de pronto su cubículo era la entrada gratuita a un freak show de madrugada, no apto para niños o adultos de ojos abiertos. Y dejó de ser solo un “problema social” y se convirtió en una estadística, en un T74, en una víctima de abandono. Y desde ahí todo fue cuesta abajo.

Lo que sería una breve estadía, antes de regresar a su país a un albergue para ex combatientes que lo estaba esperando, se convirtió en una batalla por definir cómo hacerlo entender que en este mundo no hay lugar para los excéntricos. Y pasaron los meses hasta volverse tres, y un domingo en la madrugada, murió en su cubículo. Esperando que alguien respondiera a la pregunta que él jamás se hizo…-quien cuidara de él?-

Cuando me enteré de la noticia llore por un rato… no por él si he de ser franca. Lloré por mi, y por otros pocos conocidos. No hay lugar para la gente que decide quedarse sola. No hay lugar para los poetas de esquina, los cantantes de cantina a cuesta de guitarra, para las mujeres con fuego uterino, o los excombatientes de guerras que no les pertenecen. No hay lugar para los excéntricos, locos, solitarios, amargados, esquizoides, masturbadores compulsivos, o novicias rebeldes.

Y esos, nosotros… dónde quedamos todos los que apunta de araños y gritos, sobrevivimos a la modernidad. Los que aun cantamos cuando se camina por las calles atestadas de gente, los que su vida privada de pronto les parece tan normal que sonrojan a los escuchas de su intrépidas historias. Dónde quedamos los que no corremos cuando llueve, o gritamos al amor en media calle. Esos para los que la procreación es un acto irresponsable. Nosotros, los que asustamos a todos, o en su defecto, en el peor de los casos, les causamos gracia o ternura.

Posiblemente pase lo mismo, y al final, cuando esta vida hermosa, llena de vicios, placeres ocultos, maldocidades inequívocas e ideas funestas, deje de pertenecernos y les pertenezca a alguien más, se dispondrá de ella como obsequios de feria, y lucharan por darnos, no lo que queremos, sino lo que a la luz de unos cuantos mediocres, resulte lo mejor para nuestras tristes vidas. Y eso la verdad amigos, me da miedo! Mucho miedo!

Es triste saber que al llegar a viejo, de ser posible, y tener la mala suerte de caer en manos de la normalidad, ésta dispondrá de nuestras penumbrosas vidas, y las invadirán con sus propios miedos, con su propio morbo, con la imposibilidad atroz de comprender y aceptar a todo aquello que no se vende por televisión, o se consigue dentro de una cajita feliz. Y es esto lo que más me preocupa, porque cargaré con el miedo propio, inherente a mí, de caer en sus manos, pero también con el miedo ajeno que es al final, el último que dicta la sentencia.

sábado, 7 de febrero de 2009

Diario en fuga de una mujer con insomnio I

Veo manchas en forma de elefante que amenzan con su trompa un viejo cuadro de monet. son las cuatro y media de la mañana hace tres horas tengo los ojos abiertos y el corazon me late mas rapido que de costumbre. Un perro ladra en mi ventana...
Una, dos, tres ovejas... la cuarta cae dormida, antes que yo!
Tarareo una cancion en la cabeza, no recuerdo donde la escuche. Nada bueno en la tele.
Una cucaracha aruña la pared al costado de mi cama. No he soñado nada en días... debe ser por eso ke tengo insomnio. Ahora que lo pienso, talves me ayude masturbarme, tratare mañana!
Y me tomare unas pastillas, a ver si duermo... talves no despierte, talves no sueñe...

viernes, 6 de febrero de 2009

Arcoiris perniciosos

Las cosas andan tan mal en estos tiempos, que ahora los arcoíris son aves de mal agüero. Señales de terribles tempestades que sacuden a los más pobres a los más débiles a los que están más solos. Vaya colorida ironía.-

Tres días atrás un brillante arcoíris se divisa en el cielo. Todas las tardes al salir y entrar al trabajo lo veo ahí como esperando. –mira que lindo- dicen los enamorados; -mami mami un arcoíris- dicen los chiquillos que caminan de la mano con su mama. Y como reflejo involuntario que produce la costumbre de los animales más sociales de todos, siempre vuelvo a ver al cielo y ahí está, un arco hecho de colores, que hace sentir a la gente más enamorada, más feliz, tierna, y a mi más consternada.

Tres días de arcoíris, y tres días de vientos que deja a la gente si casa, que abusa de las faldas de las señoritas descuidadas, que eleva las hojas en remolinos hasta enterrarse en los ojos de la gente que camina. Tres días en los que caminar por la sabana o tener arboles en la casa se volvió un verdadero atentado!

A los ricos nunca se les vuela el techo, ni se les quema la casa o al menos no salen por tele. Pero tantas doñitas he visto estos días en los noticieros, pidiendo ayuda al gobierno por que el viento, el terremoto, el agua, los dejo sin casa, y ninguna ellas es de residencial de buen nombre en un barrio fino, del pueblo en el que crecí.

Cuando estábamos carajillos veíamos los arcoíris y pensábamos desde fantasiosas aventuras en busca de oro, hasta promesas divinas. Y al final a pesar de todo, siempre, como acto de rebeldía, levantábamos las manitas y lo señalábamos para que se fueran.

Tengo tres días señalando al cielo y nada. El mismo viento, los mismos temblores, las mismas inundaciones. Algo tengo que estar haciendo mal. Desde que en este mundo los arcoíris traen malas noticias, y no se espantan cuando los dedos tan perniciosos como los mismos arcoíris, intentan desvanecerlos.

martes, 3 de febrero de 2009

Las madres y sus ondas expansivas

Cuando tenía como diez años una cosa así, me gustaba muchísimo oír con mi Hermano, el Juacho, a Cabral hablar de todo, de la vida, del amor, del capital, de dios, de los tíos, los políticos y las mamás! Con los años Cabral dejo de ser el mismo, y por supuesto yo también… pero las madres, ay las madres son otra historia!

Por mi trabajo, oigo día a día cientos y cientos de historias sobre madres, la mayoría ya viejitas, otras no tanto, pero madres al fin. Unas son del campo, otras han vivido en la ciudad toda su vida, unas estudiadas en alguna universidad, y otras aprendidas con el curtir de las calles. Algunas historias son felices, con desenlaces de torrejas y miel, y las otras son más tristes, con paneles de desamores y malos augurios de donde escoger el desenlace.

Y por supuesto, cargo encima mis propias historias de madre, como hija no como madre claro está, pero las cargo tan pesadas y prudentes como puedo. Las mías al igual que las de todos y todas, tienen esos mismos matices coloridos y agridulces, que a lo poco me han llevado a comprender que la madre, o las madres, son una!

Puedo decir sin temor a equivocarme, que en la mayoría de los casos, los hijos y las hijas de esas madres, somos sin lugar a duda, un saquito de maravillosas expectativas y anhelos. Pero también un cumulo de culpas, complejos y arrebatos del tiempo.

Quizá ustedes dirán – que raro esta muchacha y sus complejos y resentimientos- pero se los juro, ni uno ni lo otro, sino un humor algo acido que la obliga a recordar a su madre dentro de un paradigma de chistes personales en algunos casos alusivos únicamente a mi propia desgracia!

Algo tan sencillo como la construcción de la identidad durante la adolescencia, esa que construimos a golpes, a rechazos, a fiestas y borracheras, a egoísmo y rebeldías aveces sin sentido. Y al final, somos lo que pudimos ser, lo que mejor nos salió en el camino, pero en esa breve estadía por la tierna adolescencia, nuestras madres, o sus recuerdos, estaban ahí, con el ceño fruncido.

En mi caso, talves no en el suyo, el cumplir con los estándares maternos era toda una osadía. Ser suficientemente hermosa, educada y refinada, quien tener para presumir con sus amigas, a quien enseñar orgullosa en esas fiestas familiares. Por suerte en mi caso, para eso estaba mi hermano, si mi hermano, la hija que mi vieja siempre quiso, y su derroche de maravillas y agraciadas cualidades. Yo por mi parte, todo lo contrario, con el cabello rapado, sin cejas, vestida como integrante de banda de grunge y el vocabulario mas envidiable para un trailero! Por Buda, como la hacía enfadar en esas épocas!

Ciertamente la construcción del yo, como producto sociohistórico no tiene por qué caer tan pesadamente sobre los hombros de esa mujer, que se desgastaba por levantarse temprano y ser la única que al llevarme a la escuela no llegaba con rulos, sino olorosita a Anais Anais. Pero siempre estuvieron ahí sus temores, sus recuerdos, sus propias pesadillas, de las cuales al sentirse que nos protege como hijos, se protege en ese rincón perdido de sus propias memorias.

Es justamente aquí donde quería llegar. Si nuestras madres fueran por ejemplo, maniáticas de la limpieza, nos hubiera emplasticado los peluches para que no se llenaran de polvo, y no nos hubiera permitido bajo ninguna circunstancia juntar chapas del suelo, para tirarlas por el caño como barquitos metálicos que navegan hacia una enorme coladera, ese mar infestado de ratas y otros bichos. Y por otra parte, si nuestra madre fuera por ejemplo, una instructora de gimnasia, hubiera procurado que hiciéramos ejercicio un par de veces al menos por semana. Es decir, huir a las prioridades maternas se vuelve aveces todo un acto de escapismo digno de algún mago famoso!

En mi caso, mi vieja, y su educación burguesa, cuanto no hubiera dado por que esta prójima comiera sano, se vistiera mas convencionalmente, dejara de eructar estruendosamente después de cada comida, y sonriera apaciblemente ante los comentarios domingueros. Y aunque siempre fui lo que quise, a cada paso, su ceño fruncido! Al fin de cuentas, y dejémonos de hipocresías, la aceptación materna es uno de los alicientes más dulces para la vida.

Hace algunos años, conversando con unas compas de la u, me describían como la mujer de su gremio que más fácil se enamoraba, pero la más desalmada a la hora de desenamorarse. Es decir, que yo los amaba a todos a la primera sonrisa, y por ahí de la tercera un día me despertaba amando a otro u otra, eso es tan aleatorio que es difícil de decir!

Esto quizá porque crecí sabiendo que el mundo entero está lleno de malas intenciones, que hay que “desconfiar para acertar”, en fin, que hay que esperar siempre lo peor, lo mas ruin, el comportamiento más egoísta de la gente. – usted va a la escuela a aprender no a hacer amigos - - la mujer debe ser deseada y no sobrada- - en esta vida no hay amigos, solo la madre- (inserte tono de voz de mamá angustiada imitada por comediante barato) y al fondo, Daniel Santos cantando algún bolero sobre los malos hijos, y las santas madrecitas.

Y en esa conversación, llegue a la brillante conclusión de que al final de la cuenta, la concatenación de hechos que desencadena en mi terrorífica vida amorosa, los protagonistas fueron, leer a Sábato y su túnel a los once años, ver the wall de pink Floyd a los doce y mi mama!

Hoy justamente, tres de febrero, escuchando las quejas de una hija sobre su madre, mientras me exponía las razones por las que ahora en su vejez no quería cuidarla, me hacía recapacitar, puta, las ondas expansivas de las mamás pueden ser infinitas, y tan destructivas como las que alcanzaron Hiroshima.

Podemos estar bien, viviendo solos, en un apartamento mugriento, repleto de libros, un par de gatos, unos cuantos discos, cenizas de cigarros y colillas de boletos de avión tirados en el suelo, mirar todo eso y decir, - mierda! Que feliz soy finalmente soy y tengo todo cuanto quise- sonriendo inmerso en su inagotable reino de hedonismo.

En ese momento, suena el teléfono, y es mamá, reclamando por no saber de mi desde hace dos días – ya se le olvido que tenía mamá- y rematando con un – cuando yo me muera no la quiero ver llorando – y aunque uno sabe que ya muerta igual qué le importa lo que haga o deje de hacer con mis lágrimas, eso basta, solo eso basta, para que yo coja la escoba, recoja un poco, me arregle el pelo, cancele los compromisos del fin de semana… y pase la noche viendo el techo!

Quiero que quede claro una cosa, (por aquello que mama llegue a leer esto), a mi vieja yo la amo, con ese amor que no tiene razones solo esta ahí… y cuando no esté más, (ella no mi amor) extrañare su ceño fruncido y sus pellizcos en misa… pero efectivamente, como lo dijo Cabral alguna vez, madre solo hay una… y me tocó a mi!