martes, 3 de febrero de 2009

Las madres y sus ondas expansivas

Cuando tenía como diez años una cosa así, me gustaba muchísimo oír con mi Hermano, el Juacho, a Cabral hablar de todo, de la vida, del amor, del capital, de dios, de los tíos, los políticos y las mamás! Con los años Cabral dejo de ser el mismo, y por supuesto yo también… pero las madres, ay las madres son otra historia!

Por mi trabajo, oigo día a día cientos y cientos de historias sobre madres, la mayoría ya viejitas, otras no tanto, pero madres al fin. Unas son del campo, otras han vivido en la ciudad toda su vida, unas estudiadas en alguna universidad, y otras aprendidas con el curtir de las calles. Algunas historias son felices, con desenlaces de torrejas y miel, y las otras son más tristes, con paneles de desamores y malos augurios de donde escoger el desenlace.

Y por supuesto, cargo encima mis propias historias de madre, como hija no como madre claro está, pero las cargo tan pesadas y prudentes como puedo. Las mías al igual que las de todos y todas, tienen esos mismos matices coloridos y agridulces, que a lo poco me han llevado a comprender que la madre, o las madres, son una!

Puedo decir sin temor a equivocarme, que en la mayoría de los casos, los hijos y las hijas de esas madres, somos sin lugar a duda, un saquito de maravillosas expectativas y anhelos. Pero también un cumulo de culpas, complejos y arrebatos del tiempo.

Quizá ustedes dirán – que raro esta muchacha y sus complejos y resentimientos- pero se los juro, ni uno ni lo otro, sino un humor algo acido que la obliga a recordar a su madre dentro de un paradigma de chistes personales en algunos casos alusivos únicamente a mi propia desgracia!

Algo tan sencillo como la construcción de la identidad durante la adolescencia, esa que construimos a golpes, a rechazos, a fiestas y borracheras, a egoísmo y rebeldías aveces sin sentido. Y al final, somos lo que pudimos ser, lo que mejor nos salió en el camino, pero en esa breve estadía por la tierna adolescencia, nuestras madres, o sus recuerdos, estaban ahí, con el ceño fruncido.

En mi caso, talves no en el suyo, el cumplir con los estándares maternos era toda una osadía. Ser suficientemente hermosa, educada y refinada, quien tener para presumir con sus amigas, a quien enseñar orgullosa en esas fiestas familiares. Por suerte en mi caso, para eso estaba mi hermano, si mi hermano, la hija que mi vieja siempre quiso, y su derroche de maravillas y agraciadas cualidades. Yo por mi parte, todo lo contrario, con el cabello rapado, sin cejas, vestida como integrante de banda de grunge y el vocabulario mas envidiable para un trailero! Por Buda, como la hacía enfadar en esas épocas!

Ciertamente la construcción del yo, como producto sociohistórico no tiene por qué caer tan pesadamente sobre los hombros de esa mujer, que se desgastaba por levantarse temprano y ser la única que al llevarme a la escuela no llegaba con rulos, sino olorosita a Anais Anais. Pero siempre estuvieron ahí sus temores, sus recuerdos, sus propias pesadillas, de las cuales al sentirse que nos protege como hijos, se protege en ese rincón perdido de sus propias memorias.

Es justamente aquí donde quería llegar. Si nuestras madres fueran por ejemplo, maniáticas de la limpieza, nos hubiera emplasticado los peluches para que no se llenaran de polvo, y no nos hubiera permitido bajo ninguna circunstancia juntar chapas del suelo, para tirarlas por el caño como barquitos metálicos que navegan hacia una enorme coladera, ese mar infestado de ratas y otros bichos. Y por otra parte, si nuestra madre fuera por ejemplo, una instructora de gimnasia, hubiera procurado que hiciéramos ejercicio un par de veces al menos por semana. Es decir, huir a las prioridades maternas se vuelve aveces todo un acto de escapismo digno de algún mago famoso!

En mi caso, mi vieja, y su educación burguesa, cuanto no hubiera dado por que esta prójima comiera sano, se vistiera mas convencionalmente, dejara de eructar estruendosamente después de cada comida, y sonriera apaciblemente ante los comentarios domingueros. Y aunque siempre fui lo que quise, a cada paso, su ceño fruncido! Al fin de cuentas, y dejémonos de hipocresías, la aceptación materna es uno de los alicientes más dulces para la vida.

Hace algunos años, conversando con unas compas de la u, me describían como la mujer de su gremio que más fácil se enamoraba, pero la más desalmada a la hora de desenamorarse. Es decir, que yo los amaba a todos a la primera sonrisa, y por ahí de la tercera un día me despertaba amando a otro u otra, eso es tan aleatorio que es difícil de decir!

Esto quizá porque crecí sabiendo que el mundo entero está lleno de malas intenciones, que hay que “desconfiar para acertar”, en fin, que hay que esperar siempre lo peor, lo mas ruin, el comportamiento más egoísta de la gente. – usted va a la escuela a aprender no a hacer amigos - - la mujer debe ser deseada y no sobrada- - en esta vida no hay amigos, solo la madre- (inserte tono de voz de mamá angustiada imitada por comediante barato) y al fondo, Daniel Santos cantando algún bolero sobre los malos hijos, y las santas madrecitas.

Y en esa conversación, llegue a la brillante conclusión de que al final de la cuenta, la concatenación de hechos que desencadena en mi terrorífica vida amorosa, los protagonistas fueron, leer a Sábato y su túnel a los once años, ver the wall de pink Floyd a los doce y mi mama!

Hoy justamente, tres de febrero, escuchando las quejas de una hija sobre su madre, mientras me exponía las razones por las que ahora en su vejez no quería cuidarla, me hacía recapacitar, puta, las ondas expansivas de las mamás pueden ser infinitas, y tan destructivas como las que alcanzaron Hiroshima.

Podemos estar bien, viviendo solos, en un apartamento mugriento, repleto de libros, un par de gatos, unos cuantos discos, cenizas de cigarros y colillas de boletos de avión tirados en el suelo, mirar todo eso y decir, - mierda! Que feliz soy finalmente soy y tengo todo cuanto quise- sonriendo inmerso en su inagotable reino de hedonismo.

En ese momento, suena el teléfono, y es mamá, reclamando por no saber de mi desde hace dos días – ya se le olvido que tenía mamá- y rematando con un – cuando yo me muera no la quiero ver llorando – y aunque uno sabe que ya muerta igual qué le importa lo que haga o deje de hacer con mis lágrimas, eso basta, solo eso basta, para que yo coja la escoba, recoja un poco, me arregle el pelo, cancele los compromisos del fin de semana… y pase la noche viendo el techo!

Quiero que quede claro una cosa, (por aquello que mama llegue a leer esto), a mi vieja yo la amo, con ese amor que no tiene razones solo esta ahí… y cuando no esté más, (ella no mi amor) extrañare su ceño fruncido y sus pellizcos en misa… pero efectivamente, como lo dijo Cabral alguna vez, madre solo hay una… y me tocó a mi!

2 comentarios:

  1. Armanda que trabajo mas duro , la verdad yo tendria como 20 viejitas en mi casa , bueno espero eso no refleje el pequeno edipo en mi ( !dios santo! , me autoanalizo) .

    En fin , su mama es mi heroe , porque si no , no podria comentar nada de esto.

    Un abrazo y no deje el blog botado.

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  2. Its funny 'cause its true! We all are what our mothers dont want us to be.

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