sábado, 24 de enero de 2009

No sos vos, soy yo!

El terminar, más que el empezar una relación es todo un arte en estos tiempos. Cuando uno comienza una relación, lo hace sabiendo que tarde temprano todo c acaba, de lo contrario, ya uno empezó el primer tiempo del partido perdiendo!

Me encantaría decir, como esos amores idílicos, en los que el amor dura para siempre, que pensar en terminar es tan mal augurio como un gato negro en la calle, o un cura en un turno, o en su defecto, un pájaro en desfile, pero la realidad es otra, no pueden haber principios sin finales, y en esto queridos amigos, la cávala poco tiene que ver.

Hace poco por ejemplo terminé una relación, que realmente había terminado desde la primera vez que el le dijo, estando conmigo, a otra mujer que la amaba. Sin embargo, quizá yo que siempre espero lo malo, porque es lo más fácil, sabía que tarde o temprano, todo se iría a la mierda, aunque a él claro está, le molestaba terriblemente que yo preguntara constantemente, ¿Cuándo t cansaras de mi?

Podemos partir entonces de tres premisas, una de ellas, me dice que efectivamente tan segura estoy yo desde un principio, de que no hay mal que dure cien años ni novio ke me aguante seis meses. El saberme tan molesta, oscilante, inconstante, egoísta, crápula, y demás apelativos al mejor estilo de lovecraft, me obliga a estar mas consiente de los finales que de los principios. Y es que qué puede atarlo a mi? Un amor incondicional? No existe tal cosa. Mi infinita belleza? Por dios MENOS, Mi dulce y apacible carácter? Quien me conoce sabe que solo hay una cosa de la que carezco mas ke de belleza, y eso es de buen carácter. Entonces basándome en estos hechos, qué puede decirme a mi que los finales no son sino inmediatos, inevitables?

Ustedes pueden pensar, que lo hago para que el final no me tome por sorpresa, eso bueno, posiblemente sea cierto, pero también lo hago consciente de que la convivencia conmigo es simple y sencillamente algo difícil, por lo que no culpo a todos y todas esas que me han dejado, sino todo lo contrario, los felicito, si yo fuera sus madres, no los dejaría en primera instancia andar conmigo, pero aquí no se habla de comienzos, solo de finales, así que esto es punto y aparte.

La segunda premisa es que todo lo que inicia, por supuesto acaba, no digamos que con la misma precisión que pudo haber adivinado Newton con una manzana, pero efectivamente, la vida c compone de estos elementos, como de muchos otros, y son dialecticos, propios, no se pueden abandonar los unos de los otros, la realidad se compone de los mismos, tanto como de los ácaros, y pensar en un comienzo sin final sería como pensar en un planeta de una única dimensión, donde tal como Uvieta, pudiéramos obligar a la muerta a subirse en un palo de uvas dejarlo bajar de ahí nunca.

Las relaciones como los caminos, son decisiones, en los que ambas partes deciden caminar aveces de la mano, otras tantas en silencio con el otro sin sikiera mirarlo con el rabito del ojo, pero ahí, juntos, hasta que de pronto, el camino juntos acaba y es momento de virar, ya no acompañado, sino por cuenta propia. Estos caminos, me parece, son difíciles al principio, pero necesarios, prometedores, aunque tenebrosos.

Y la tercera premisa, vinculada directamente con la anterior, efectivamente, todo lo que comienza acaba, pero no necesariamente con esos finales griegos, o shakespeareanos, donde los protagonistas acaban ahogados en cicuta, con una espada en el pecho, o encerrados en un manicomio, sino hay finales más sutiles, los finales que no parecen finales, sino todo lo contrario, prolongaciones en tiempo y compañía. Hablo aquí de dos clases de finales de este tipo, esos finales que no llegan a serlo nunca. Los finales de época, de ciclo, cuando las relaciones toman otro rumbo y el amor se transforma en otros sentimientos distintos y variados como la lástima, la rutina, la costumbre, o la mera desidia de terminar.

Ciertamente aquí, el final no es un final de cuento, es más bien una prolongación de la historia en otros términos. A ver si me explico mejor, cuando comenzamos a amar, todo es dulce, lo pedos mismos huelen a jugo de uva, y los alientos matutinos son la más fresca llovizna, y de pronto todo empieza a tener un hedor molesto, reiterativo, pero ahí surgen los recuerdos de épocas mejores, y la relación se reestructura, en una más amplia, con errores, pecados y mentiras piadosas. En este caso, el amor no se acabo, se transformó. O en su defecto, paso de un amor apasionado a uno tierno y fraterno, terriblemente aburrido y duradero, pero que brinda ese son armónico que dos pueden bailar juntos por cincuenta años, sin que se den cuenta de los cambios, de la ruptura, de los miles finales que han enfrentado. Mis padres, talves los suyos, quizá sus abuelos, vivieron estos finales felices, iluminados, encaminados a no terminar jamás! Finales que no acaban de ser finales, pero se alejaron tanto del comienzo que claramente son un opuesto.

Y finalmente los peores, los inminentes pero silenciosos, que se acompañan por lo general de una cotidianidad tan deliciosamente arraigada a nuestra realidad, que se convierten en mayores alicientes que la ruptura en sí. Los finales que se prolongan con los brazos cruzados y los ojos llenos de lágrimas. Esos malditos finales que transforman el amor en lastima, la relación en rutina cotidiana asimilada como el sudor en los sobacos, y que nadie sabe como ejecutar, como llevar a cabo, como convertir en palabras de separación, por el miedo, el terror, la incertidumbre de pensar: Y SI NO VUELVO A AMAR JAMAS, Y SINO ME VUELVEN A AMAR JAMAS. Estos finales se prolongan días, meses, incluso años, pero ahí están, latentes, acechantes, en espera de una excusa que cierre el trato por uno, para no tener que ensuciarse las manos.

Cómo se prolongan tanto? Todavía no me lo explico. Deben ser años de cómoda historia, donde los amores maduros no tienen ilusiones ni versos de madrugada. Esa historia que nos aprendimos de chicos, donde es mejor como dice Silvio, vivir como nuestros padres y hacer de la lastima amores eternos. La cuestión es que terminar en estos casos es difícil pero inevitable. Quedan pocas cosas por decir, pocos intentos que concretar, y sobre todo ni una promesa más que se romperá después.

La mierda con los finales es que a diferencia de los principios, no suele ser acompañado por un beso apasionado que llena los pulmones de un grito que no sale nunca por la boca, sino se estrella en las sabanas de vez en cuando. No suele traer abrazos eternos de esos que se dan bajo la lluvia y que dura de una estación a otra, y sobre todo, puede arrasar con todo, con amigos, con las buenas noticias, con los conciertos, las idas al cine, los bares que se solían frecuentar, porque la sola idea de encontrarse por mera casualidad en esos espacios alguna vez compartidos, nos da vértigo, y terribles ganas de salir corriendo.

Claro está, hay finales que son mucho mejores, los finales donde todo acaba igual, pero en esos finales no hay tripas de por medio, y por lo tanto, no me dan ganas de escribir de ellos, talves por que no los conozco, o simplemente, por que resultan tan aburridos, que mucho dicen de la relación de la que vienen, y no merece la pena ampliarlos con inútiles letras.

Ahora que lo pienso no se si se mas difícil terminar que comenzar una relación, o viceversa, pero en mi poca o mucha experiencia en esto del ir y venir de brazo en brazo, de boca en boca, de cama en cama, de relación en relación, me deja el sin sabor que a la larga me voy quedando sin escusas para terminar, que no sea la ya conocida, no sos vos, soy yo!

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